NIEBLA EN EL RIACHUELO
Ojos de niño, cuerpo aparente, desvalido.
Allí está en esa orilla turbia, mal oliente, de pié, como una premonición.
Lo rodean los fuegos, las maderas los carbones, esos ruidos repetidos de
la fragua, el martillo, las ruedas de los carros sobre unas piedras irregulares
emitiendo también sonidos desparejos que de tanto oírlos ya dejan de ser molestos.
No tienen melodía ni ritmo no existe en ellos el menor atisbo de ser cantados.
Pero el permanece, crece, su mirada orada la superficie, indaga en lo profundo y descubre
en esa corriente escondida entre tanto misterio que el hombre arroja, el cielo.
Primero se refleja su desgarbada silueta, no se preocupa ya la conoce, su sombra se la dio a
conocer hace ya bastante tiempo, se entienden, es suficiente.
Sin embargo algo cambia, ya no está sobre sus hombros esa bolsa que con habilidad de bailarín
sube o baja por la pasarela.
Ahora en su mano como quien juega con una fina brizna de trigo, liviano, sugerente un pincel
delicado.
Se sorprende, mas, que triste esa mancha que se impone desafiante, agria a la necesidad de luz,
al deseo de sol por todos lados, de charcos limpios luego de una lluvia que amansa.
Está detenido en los pensamientos, reniega de esa negrura que con habilidad sujeta, odios, desamores, indiferencias, olvidos, muerte de lo que un día fuera rumoroso sendero acuoso de la vida.
Entonces como quien se desangra, estalla en mil colores y con ese pincel mágico saca de la mitad del
pecho un cielo enloquecido, salpica todo nada se salva.
Y la mugre es un espejo, y lucen las nubes blancas, y la música se desliza en una loca cantata.. esa de los mil barrios.....aunque solo sean...bueno que importa......Benito hizo el milagro.
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