Murió en Buenos
Aires,
no fue de madrugada,
un sol iridiscente
iluminó su pluma
para trazar en vuelo
de duende sideral,
el último poema
del hombre y la nada,
en rima surrealista,
en rima celestial.
Pidió ser abrazado
al fuego de su genio
y luego acunado
por olas de cristal.
Entre una costa y
otra
unió sus dos amores,
profunda dualidad.
Fue como el tango
mismo
(que acompañó sus
horas),
del Río de la Plata,
del río como un mar.
No extrañe al que
escuche
un bandoneón quejoso
llamando con el alma
a su otra mitad,
es Astor a la espera
del encuentro amigo,
sin tiempo y sin
espacio.
Y es otra dualidad.
Murió en Buenos
Aires,
no fue de madrugada,
las musas lo rodearon
cantándole baladas,
y muy quedo, al oído:
Horacio, no te
fuiste,
como Troilo y Astor,
Horacio, estás acá.
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