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lunes, 28 de abril de 2014

Ricardo Giorno - Argentina

La nave va –

En la negrura del ayer,
parto junto a la nave.
Mientras, yo me parto.
“Especie moribunda”
dijeron los irrefutables,
aunque yo lo sabía:
Eleya, amada mía
fuiste la primera en caer.
Mi sueño
mi amor
mi vida.
Y en el paroxismo del odio:
“Ni nosotros ni nadie”
nos volvieron a hablar
“Las vidas que acá terminan,
terminarán en el infinito del cosmos.
No habrá más vida. No habrá Dios”
sentenciaron.
Y yo supe, yo quise, yo propuse.
Me presentaron la nave:
negra sobre la negrura del universo frío
dorada sobre el dorado de la estrella delirante
blanca sobre la blancura del planeta helado.
Me hice uno, y alcé el vuelo
lo inmortal fue mi meta. 
La nave navega
en lo infinito profundo
despliega el metal
el alma esconde.
Eleya había sido mi amor,
y había muerto
yo la seguí,
y por ella me uní al metal
sellé mi carne
frené mi corazón,
aunque continué respirando.
Y buscaba aniquilar la vida
la vida ahí donde floreciera.
Por vengar a ella… buscaba.
“Ni nosotros ni nadie”,
una ley grabada a extremo frío
al frío de la ausencia
a la ausencia sin esperanza
a la esperanza vana de olvidar.
Bajo mi mando,
al avance de la nave
los planetas morían,
y la nave se retiraba
dejando rocas sueltas, 
partidas,
indiferentes.
No importaban otras civilizaciones 
otros navíos,
la nave se protege
la nave posee escudo.
Yo, no. Y duele.
¡El alma, duele!
Viniendo de la nada
la nave llegó,
descubrió
a un sistema pequeño
a un planeta azul
a un azul de nubes blancas
a un blanco hogar redivivo
y por primera vez la busqué
a Eleya, 
busqué.

La nave es ciega
yo soy sus ojos
la nave es ignorante
yo soy su cerebro
la nave no decide
yo soy el asesino.
Y en el acercamiento instantáneo
descubrí su figura:
¡Eleya! Ahí estás mi amor.
La idea me golpeó
tembló la nave a mi influjo.
Habíamos sido engañados
yo fui engañado.
Cambié el rumbo
la nave no se opuso,
no podía.
“Ni nosotros ni nadie”
se convirtió en otro grito:

ELLA ESTÁ VIVA.
La nave navega en lo profundo
despliega el metal
el alma esconde.
Al astro hirviente la dirijo.
Yo me uno a ella
a Eleya
a mi amor
y por fin, yo dejo de respirar.

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