AMARILLISTA DORMIDO
Recuérdenme
dónde diablos está la otra orilla y en qué esquina de la plaza
está el farol que ya he mentado. Quiero ir a colgar en él mi
mochila vencida porque el perchero de mi casa se ha quedado manco,
—dijo la sombra mientras paseaba por la estancia—. ¡Refresquen
mi memoria! Repetía, sin dejar de caminar, amasando entre sus manos
trozos de periódicos amarillentos.
—Se
apagó su voz y su aliento. ¡Ha muerto!— Repetían mientras él
los escuchaba desde lo más profundo de un dulce sopor. Veía feliz
que ahora sí se disolvían sus entintados tormentos.
— ¿Recuerdan
cómo caían al tiesto los picadillos de los viejos periódicos y
cómo, desde el goteo de tinta, se deslizaban los personajes de las
noticias amarillistas? —Señor, mire, en esa gota se confunden los
niños abusados y las madres muriendo de pena por sus hijos
hambrientos y, en esa otra gota, chilinguean los xenófobas,
pedófilos y los nada. Hay gotas de tinta con el color y la densidad
del odio y con el tono de las facciones, hay gotas de tinta trémula
sobre la piel de las mujeres marcadas con señales de bisturí; otras
gotas están horadando el corazón de los corruptos... hay gotas
tristes queriendo romper esa tendencia de ir de la zurda a la
diestra. Aquella otra gota se debate entre húmedos puntos y comas, y
allá, un poco más lejos, se mezclaron de manera morbosa, los puntos
suspensivos sin saber qué hacer ante esas gotas igualitas al llanto
de los desvalidos.
—¿Ve,
señor, el porqué de mi insistencia en observar cómo duermen esas
gotas de tinta? Digo mejor, duermen en los textos del periódico el
sueño de los muertos. Ya nada los revivirá.
Capítulo
cerrado.
.
ResponderEliminarCarlos, muchas gracias!!
Siempre es un gran honor encontrar en tu prestigioso blog algunos de mis textos.
Fuerte abrazo,
Ana Lucía
.